Saturday, October 21, 2006

traductores y odaliscas

(cosas que no le dije ayer a Ivana)

Tal vez no muera este año.
Tal vez la superstición del año 41 sea apenas eso. Eso, más la ilusión del talento, más la ilusión culposa de un castigo mortal por el talento. Ilusiones de grandeza que se necesitaban para sobrevivir como horrendo insecto en una casa llena de Raid donde todas las habitaciones eran pasillos.
A los 27 fui de los que creen que van a morir "como Jim Morrison, como Jimi Hendrix, como Janis Joplin". A los 33, ni hablar. A los 41, y encima con tos: kof kof Kafka.

Pero no soy Franz Kafka. Soy Felice Bauer.
Conozca a Felice Bauer, el objeto amoroso del obsesivo.
Contra lo que su nombre indica, el obsesivo no se obsesiona con sus objetos de amor: vacila. Un día ha decidido amar, un día ha decidido que no amará, al otro día vuelve a decidirse por ese mismo amor. De todas esas efímeras renuncias, el objeto de amor se entera por oscuras intuiciones, por algo como el peso encalado de cada silencio.
Mis amigos obsesivos tienen un plan: quieren convencerme de que adopte una actitud de no confrontación y de supuestamente sana mansedumbre ante los empleaduchos municipales a los que detesto. Y de cuyos abusos estamos todos hartos, aunque pocos hablen de eso. Yo personalmente, si tengo que elegir, si es verdad que esto es la URSS y que por darme el gusto de decirle asesina a una de esas empleaditas se terminó mi carrera literaria local en la que llevo invertidos 29 años de laburo, prefiero empezar de nuevo de cero en otra cosa: matemáticas, por ejemplo.
Me gusta darme gustos caros. Después resultan no ser tan caros. Pero mis amigos obsesivos se encargan, sin proponérselo, de que la factura me llegue. Mis amigos obsesivos ¿y obsecuentes? han hecho otro negocio: de tanto agachar la cabeza, se les está viniendo abajo la materia gris. Vienen a comprármela, como quien compra faso en la villa. Acuden en esos raros momentos primaverales o domingueros de autoestima alta y cierta independencia en que dicen "ma sí" y se animan a ser amigos míos. Todo lo que me traen es urgente, es ahora o nunca, es ya. Esos momentos son breves.
El resto del tiempo, prefieren quedar bien con mis pocos enemigos, los que me supe ganar. Les encantaría que yo me reconciliara con mis pocos enemigos, que todos pudiéramos ser amigos así ellos no tienen que elegir. Puestos a elegir, mis amigos obsesivos se atormentan y de paso me atormentan a mí. Basculan entre las dos partes en conflicto. Quieren ser buenos, quieren que todos los aprueben, quieren sentirse amparados y protegidos. Invitados a eventos culturales municipales, sentados entre gente que tiene un sueldo del Estado, se sienten como niños pobres que han logrado llegar al palacio del príncipe por ser tan buenos, por portarse así de bien.
A mi lado, no se sienten protegidos. Se sienten en la mira. Se sienten perseguidos por la mirada oblicua del poder, que en realidad es la de su propia conciencia. (Me pongo re paranoica si caigo bajo el influjo de esa mala conciencia y le creo todas las amenazas que dicta.) Mis amigos obsesivos tirando a paranoicos a esta altura miran el reloj, beben su cafecito rapidito, agarran lo que sea que haga las veces de faso (un consejo, una bibliografía), dejan lo que sienten que tienen que darme en retribución (un regalo, un café; siempre ofrecen dinero) y rajan. Corren (con culpa, espero) a representar de nuevo su papel supuestamente civilizado de buen muchacho o de buena chica que se lleva bien con todos y que tiene un futuro por eso.
Otra sería la historia si muchos saliéramos a putearlos a esos ñoquis. Yo no quedaría en el lugar de la excepción.
Todo esto sucede en una sociedad que permitió varios genocidios.

Mis amigos traductores y yo, en cambio, no somos obsesivos. Sospecho salvajemente: ¿obsesivos compulsivos? A lo sumo postergamos la decisión que una vez tomada será firme. De lo contrario, no podríamos trabajar ni vivir. "Light blue" sería eternamente "celeste" o "azul claro". Nuestros clientes enloquecerían y nosotros moriríamos de hambre.
Los traductores, a veces, bailamos. Un traductor es alguien que baila en la oscuridad pero a veces bailamos en la luz, como Ewan Mc Gregor en "The Pillow Book".
Tenemos una fecha para permitirnos bailar. Es la fiesta del día de San Jerónimo. La forma de bailar de un traductor es así: primero espera en vano decidirse. Después, espera sólo una señal. Cuando viene el gesto de la odalisca, salta a la pista. Ya no hay vuelta atrás. Los demás traductores les sacan fotos digitales y él se las imagina colgadas en Internet, se imagina los titulares de los diarios al día siguiente: "Traductores y odaliscas. Escándalo en la fiesta del día de San Jerónimo".
Este año llegué tarde para la cena y para el baile pero temprano para el café, que se prolongó en mates y charla, mirando fotos de viajes, planeando viajes. Los traductores trabajamos y viajamos. Es nuestra vida.
Cuando Ivana dijo que todos necesitamos sentirnos queridos (su argumento para mi mansedumbre municipal, que ella cree posible y que le permitirá quererme no intermitentemente pero esta segunda parte no me la explicó, la deduje), le hablé del cariño de ese pequeño puñado de colegas. Al rato, como si la vida fuera la islita de "The Truman Show", ellos pasaron y me saludaron a través de la ventana del bar con un cariño innegable. Le conté a Ivana de cómo volví a sentirme un ser humano en esa fiesta de San Jerónimo. Un ser humano, y no un monstruo inconveniente.
Cosas que sí le dije a Ivana: no robé ni maté a nadie. ¿Cuál es el problema?
Cosas que no le dije a Ivana: que basta con el cariño de unas pocas personas, que no es necesaria la aprobación por consenso absoluto de toda la sociedad y sus representantes para sentir que uno vale algo. Uno es gente, no un proyecto de ley. No me molesta tener enemigos. También tengo amigos. Amigos que no están deshojando la margarita por algún lacayo del intendente, sino contando las palabras que les quedan para terminar el trabajo, la guita que queda en el banco, esas cosas.
Y si no son muchos, mejor.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Lo más importante de todo es justo lo que no le dijiste a Ivana, pero qué bueno que nos lo dijeras aunque sea a los que pasamos cada tanto por acá. Gracias.

9:52 AM  
Blogger xenia said...

Sí, eso es justo lo mejor, porque lo de que no maté a nadie sonaba re Cafiero...

9:58 AM  

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