gordos jodidos y tripa congelada
"Y mostraban y mostraban el quilombo, el quilombo en Buenos Aires", le decía el amigo del chofer del 103 al chofer del 103. Al otro día vi en la tapa de la edición online del Página la foto del chofer del hijo de Moyano, armado y tirando, y entendí qué fue lo que le habían mostrado por televisión al amigo del chofer del 103.
Algo de similar estilo, pero mucho más light, me sucedió mientras escuchaba, o intentaba escuchar, la primera mesa de lectura del Festival de Poesía de Atopia. El tipo, autodenominado organizador, matoncito imbécil y ridículo, de lo más parecido a un milico bobo o a un mono disfrazado de milico con su melena de mandril y su ambo cruzado azul marino del año del jopo, empujó al pasar el borde del respaldo de mi silla. Ya lo había hecho otra vez, en el Café de la Ópera. Esta pudo ser un accidente. Pero como si hubiera querido confirmar que no, la segunda vez que el tipo pasó, pavoneándose, empujó la silla vacía que estaba junto a la mía. Hubo un ruido metálico bastante feo. "Mirá lo que está haciendo", le comenté a Mariano. La tercera vez que pasó, lo esquivé. La cuarta, como el tipo ya me parecía ridículo, me le reí en la cara. Se ve que cuando el tipo vio que no me enojaba, se dejó de joder.
"Esto también es sobre una escena de necrofilia en torno a un cadáver peronista", nos había advertido Mariano Acosta a un par de personas en el bar antes de leer su magnífico poema sobre el primer usurpador del cadáver de Evita. Fue lo más aplaudido de la noche.
El gordo jodido de la poesía rosarina, ex amigo del mandril enano de ambo azul, andaba raro, también. Me pasó un señaladorcito con información sobre la presentación de su libro, me pidió mi email y desapareció. Después reapareció en una mesa con cerveza, rodeado de mucha gente, y después desapareció. Entre una y otra cosa el editor de la revista Omero me regaló un ejemplar del número 14, atrasado pero que justo trae un dossier dedicado a César Fernández Moreno. Incluye una nota anti-poesía del 40 y anti-vanguardias del 50 (¿para qué, a esta altura?) de Rodolfo Edwards, quien además lo homenajea a CFM en esta edición del Festival local.
En otra mesa del bar casi desierto de la plaza Montenegro quedaron El Niño Luchesi y una chica. El Niño Luchesi, contento con su flamante beca del CONICET, estaba entusiasmadísimo con la palabra "posthumanismo". Le dije que me parecía un término digno de poner en cuarentena durante algún tiempo, para ver qué virus trae. Hablamos de Houellenbecq y la secta de los raelianos. Estaba muy entusiasmado también con la idea de los clones y de los childless, sin hijos. "Tienen 30, como yo", decía. "La edad a la que se supone que uno tiene que empezar a tener hijos". Yo -les dije- quiero fundar un club de CLWC: Childless with Cats. Si tenés más de 29 gatos, te excluimos. Nos encantará ser así de jodidos.
Después tomé el 137 en la parada que estaba a pocos metros. Cené en casa. David leyó un par de artículos de la Omero, el de Brautigan y el del haiku. Durmió bien, dice hoy. Yo soñé que me acercaba a las oficinas de la sede de una secta de raelianos que practicaban, en vez de la clonación, la criogénesis. Quedaba en algún barrio de clase media de Rosario o de Buenos Aires. Me convidaban un vaso muy grande de un líquido azul, frío. Una mujer ajena a la secta me decía que eso podía hacerme mal al higado. Yo lo tomaba igual y me daba cuenta de que era una especie de formol, para que a uno no se le pudrieran los órganos al pasarse años congelado. Todos los de la secta eran muy amables con los curiosos y los nuevos. Aquello me resultaba siniestro. "El lunes firmo contrato", me decía con entusiasmo un joven de veinte años. Yo le aconsejaba pedir opiniones sobre la secta a gente de afuera, esperar.
Parece, según charlé con distinta gente, haber distintas tendencias entre la gente joven que escribe, algo así como academia light menor versus indagación histórica nacional. Los partidarios de la primera opinan que la segunda tiene más éxito en los concursos. Los de la segunda, que la primera es la única que sale por las editoriales. Todos se sienten excluidos. En algo se coincide: nadie aguanta más este páramo rosarino donde lo único que hay termina siendo la cultura municipal.
Algo de similar estilo, pero mucho más light, me sucedió mientras escuchaba, o intentaba escuchar, la primera mesa de lectura del Festival de Poesía de Atopia. El tipo, autodenominado organizador, matoncito imbécil y ridículo, de lo más parecido a un milico bobo o a un mono disfrazado de milico con su melena de mandril y su ambo cruzado azul marino del año del jopo, empujó al pasar el borde del respaldo de mi silla. Ya lo había hecho otra vez, en el Café de la Ópera. Esta pudo ser un accidente. Pero como si hubiera querido confirmar que no, la segunda vez que el tipo pasó, pavoneándose, empujó la silla vacía que estaba junto a la mía. Hubo un ruido metálico bastante feo. "Mirá lo que está haciendo", le comenté a Mariano. La tercera vez que pasó, lo esquivé. La cuarta, como el tipo ya me parecía ridículo, me le reí en la cara. Se ve que cuando el tipo vio que no me enojaba, se dejó de joder.
"Esto también es sobre una escena de necrofilia en torno a un cadáver peronista", nos había advertido Mariano Acosta a un par de personas en el bar antes de leer su magnífico poema sobre el primer usurpador del cadáver de Evita. Fue lo más aplaudido de la noche.
El gordo jodido de la poesía rosarina, ex amigo del mandril enano de ambo azul, andaba raro, también. Me pasó un señaladorcito con información sobre la presentación de su libro, me pidió mi email y desapareció. Después reapareció en una mesa con cerveza, rodeado de mucha gente, y después desapareció. Entre una y otra cosa el editor de la revista Omero me regaló un ejemplar del número 14, atrasado pero que justo trae un dossier dedicado a César Fernández Moreno. Incluye una nota anti-poesía del 40 y anti-vanguardias del 50 (¿para qué, a esta altura?) de Rodolfo Edwards, quien además lo homenajea a CFM en esta edición del Festival local.
En otra mesa del bar casi desierto de la plaza Montenegro quedaron El Niño Luchesi y una chica. El Niño Luchesi, contento con su flamante beca del CONICET, estaba entusiasmadísimo con la palabra "posthumanismo". Le dije que me parecía un término digno de poner en cuarentena durante algún tiempo, para ver qué virus trae. Hablamos de Houellenbecq y la secta de los raelianos. Estaba muy entusiasmado también con la idea de los clones y de los childless, sin hijos. "Tienen 30, como yo", decía. "La edad a la que se supone que uno tiene que empezar a tener hijos". Yo -les dije- quiero fundar un club de CLWC: Childless with Cats. Si tenés más de 29 gatos, te excluimos. Nos encantará ser así de jodidos.
Después tomé el 137 en la parada que estaba a pocos metros. Cené en casa. David leyó un par de artículos de la Omero, el de Brautigan y el del haiku. Durmió bien, dice hoy. Yo soñé que me acercaba a las oficinas de la sede de una secta de raelianos que practicaban, en vez de la clonación, la criogénesis. Quedaba en algún barrio de clase media de Rosario o de Buenos Aires. Me convidaban un vaso muy grande de un líquido azul, frío. Una mujer ajena a la secta me decía que eso podía hacerme mal al higado. Yo lo tomaba igual y me daba cuenta de que era una especie de formol, para que a uno no se le pudrieran los órganos al pasarse años congelado. Todos los de la secta eran muy amables con los curiosos y los nuevos. Aquello me resultaba siniestro. "El lunes firmo contrato", me decía con entusiasmo un joven de veinte años. Yo le aconsejaba pedir opiniones sobre la secta a gente de afuera, esperar.
Parece, según charlé con distinta gente, haber distintas tendencias entre la gente joven que escribe, algo así como academia light menor versus indagación histórica nacional. Los partidarios de la primera opinan que la segunda tiene más éxito en los concursos. Los de la segunda, que la primera es la única que sale por las editoriales. Todos se sienten excluidos. En algo se coincide: nadie aguanta más este páramo rosarino donde lo único que hay termina siendo la cultura municipal.
2 Comments:
La última parte de éste post me parece genial. Definiste tanto en esa antinomia. Y ella misma tiene tanto que ver con tantas cosas que pasan afuera de lo intrínsecamente poético.
Saludos
¿Viste qué clara que aparece? Eso que escribí surge de unas charlas reveladoras que tuve con un par de estudiantes de Letras. Más mi experiencia como docente de clínica de obra, donde aprendo más yo que ellos.
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