Qué desgracia. Parece que ahora en Atopia, generalizando sobre la base de apenas dos casos, el mejor Negro es el Negro muerto. La noche que en Pichincha lo velaron a Fontanarrosa, no lejos de donde había nacido Olmedo, unos poetas periodistas y demás seres supuestamente sensibles estábamos cenando en Salta y Suipacha. De pronto una mesa empezó a llenarse de lo que me parecieron un montón de tipos con caras de sefardíes. No eran todos sefardíes, eran deudos del Negro y por un extraño efecto de ósmosis parecían todos dibujados por él. Uno de los periodistas poetas nos informó que al Negro Fontanarrosa lo estaban velando a 60 m. Los conocidos iban como decantando desde el velatorio a la pizzería y parrilla. En nuestra mesa era de la partida Carlos Battilana, que había venido especialmente de Buenos Aires para la presentación del nuevo libro de poemas de Osvaldo Aguirre y el nuevo libro de poemas de Estela Figueroa, presentación que había tenido lugar en Richieri (ex Pichincha) al 100. Carlos estaba asombrado de haber venido justo ese día, el del paso de un ciudadano ilustre a la gloria póstuma. Reprimí la tentación de ir al velatorio porque no hubiera podido evitar caer en la tentación de ponerme a recordar sus chistes. Más gente muere en el carnaval de Rio, cosas así. ¿Habrá habido chistes en el velorio del Negro? Alguien, supongo, los habrá contado. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, como diría Boogie.
Me fui entristeciendo recién ayer a medida que escribía el obituario para el diario. (Alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Hace más de 10 años me tocó el de Onetti, pero ese fue fácil: se trataba de copiar citando fuente el que le hizo él a Faulkner y listo.) Pensar que al Negro Fontanarrosa le regalé un dibujo, allá por 1986, no sólo de caradura sino porque era una mano que me había salido parecida a las manos que dibujaba él. Me hizo un comentario simpático que tenía que ver con el fútbol. Era así de amable con todo el mundo, con la gente que no era nadie. Le pedías un dibujito y te lo hacía, le hacías la pregunta más pelotuda y te la respondía con gracia. Le pedían entrevistas las revistitas más ignotas y él las daba. La típica tapa de número uno era una nota a él. ¡Y no repetía los chistes! Te podías sentar a su mesa en La Sede. Yo nunca lo intenté por cuenta propia, pero una vez una cholula (un caso grave de síndrome de De Clèramboult serial, no estoy segura de si se escribe así, y que también se había cernido sobre otros tipos célebres y accesibles) me arrastró hasta ahí. Ella estaba fascinada. Yo no sabía qué decir ni dónde meterme. Balbuceé algo sobre sus loros. La cholula se empecinaba en tratarlo a Fontanarrosa como un amigo o amante de toda la vida, cosa que obviamente no era. El tipo, un duque, como siempre.
Ahora que está en la gloria o en la nada o en los cielos o en todo eso a la vez, vamos a empezar a ver tras las barras de los bares de Rosario cuadritos con su cara o su firma o sus dibujitos hechos con la mejor onda "para Pepe" o "para Juan". Pensar que Picasso a esas boludeces las cobraba. Pero Picasso era re mala onda, el Negro no. A pesar de que su ausencia vaya ahora a convertirse en una omnipresencia, necrófila en el más literal de los sentidos, en esta ciudad donde el artista defrauda al público si no se muere, lo vamos a extrañar.