Thursday, October 26, 2006

Palestina

Sentido es anagrama de destino, pero eso podría ser una mera concidencia. (Alejandro Daniel Magno, DAF)

Palestina es una Atopia. Era un lugar, y ahora es un afuera. Tiene otro nombre, y pertenece a otros. Vueltos ectópicos, los nativos originarios no entran en su patria. Están allí, pero eso ya no es un lugar. No lo habitan: apenas medran. Es un espacio sin nombre, con diversos apodos: campo de refugiados, cárcel, infierno. Se les inflige la condición del indeseable. No se los desea. Pero tampoco se los deja salir.
Salen igual. Por la chimenea, como en los viejos tiempos.
"Paradise Now" es una película tremenda y profunda. Es importante lo que dice, pero es mucho más importante lo que muestra. Bajo la superficie del documento y el texto político, se revelan los sutiles mecanismos afectivos por los cuales algunos encuentran el sentido de la vida en la vida misma y otros sólo pueden cifrarlo en la muerte.
En última instancia, los mártires palestinos no se diferencian demasiado de cualquier otra juventud entregada a los ritos de un buen morir. Nada los retiene en la vida, nadie los invoca desde el amor, nadie los llama, necesitándolos. Sólo son llamados a morir. Para Said, el protagonista, el sentido de la existencia pasa por el destino de corregir con su propio heroísmo la muerte vergonzosa del padre. "No se puede ir contra el destino", dice él. Para su amigo, no hay ningún sentido, tampoco ningún destino, y por eso responde y se hace cargo de la demanda de la hija del mártir, quien está contra el martirio y a favor de la vida de "los que quedamos". Él encuentra el sentido de la vida, del quedarse en la vida, en ese llamado mínimo y vital.
Es tan fácil morir cuando "sólo se tiene el propio cuerpo", como dice Said; y es tan imposible dejarse matar, tanto se aferra uno a la vida cuando algún otro lo engancha, lo reclama, le da esa ínfima percha de donde asirse y poder estar en un lugar.
Anoche, en el cine, alguien rompió a llorar. Fue en una escena especialmente angustiante, la de la preparación de los mártires para la muerte. El hombre que preparaba los explosivos no tenía manos. Usaba unas prótesis metálicas.
El que lloraba resultó ser un anciano en silla de ruedas. Al fin sus familiares se lo llevaron de la sala. Lloraba sin parar, sin consuelo.
Yo también lloré pensando en el infierno que ha sido vivir los últimos 30 años, salvo por la breve dulzura de cuando me creí amada. Todo el tercer mundo es un gran desierto de impotencia y frustración. ¿Cuántos estamos en situaciones así? Seguir o parar, da lo mismo. Parece que bastara con poner voluntad. Nos sostenemos tirando de los cordones de nuestros propios zapatos. Se supone que eso es ser un adulto. Yo ya no estoy tan segura.
Entre la vida y la muerte, está la escritura. Cuando el único amor que queda hacia un sujeto es su propio amor narcisista, la escritura, como el martirio, puede ser una apuesta narcisista por la inmortalidad del yo. O también puede no apostar a nada más que a encontrar una manera de estar, de seguir estando en el mundo.
Pienso que lo único que me sostiene en la vida es el deseo de describir estos no lugares, estas Atopias que tantos luchamos por poder habitar aunque nadie necesite ni desee nuestras existencias ni las reclame.

1 Comments:

Blogger Mori Ponsowy said...

!!!

3:54 AM  

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