Wednesday, September 27, 2006

harte por helarte

El lunes tuve una de mis escasas y hermosas incursiones en el mundo real. Es decir: en el mundo de la gente que trabaja en algo concreto, sabe exactamente dónde está, no pretende parecer más, no trata de hacer creer a nadie que algún día será la principal fortuna del mundo ni vive apurada con ese fin (el de hacer creer, no el de serlo).
En suma, un mundo sólido.
No el infierno acelerado, febril, irreal y puramente telefónico o blogueril de treintañeras desempleadas que en su lucha por mantener a flote su frágil autoestima se desviven por hacernos creer que son ejecutivas exitosas de Wall Street o superbochos de Silicon Valley sólo porque aprendieron a mandar un MSJ de TXT. (¿¿¿¿CÓMO???? ¡¡¡¡¡NO TENÉS CELULAAAAAAAAAAR!!!!!) No sé en qué fallé para que ese llegara a ser más o menos mi medio social de todos los días, las niñas de 30 con ínfulas de Chica Charlie. Pero estoy cambiando. No sólo delegué en un administrador muy simpático todo trato con mi inquilina, sino que además eso me deja tiempo libre para trabajar, en el sentido clásico: no el de hacer todo en casa y mandarlo por Internet, sino el de IR a trabajar.
Eso fue lo que hice el lunes. Previa charla con Fernanda, la jefa de sección, lo pasé a buscar en taxi al fotógrafo del diario para asegurarme de que encontrara las obras de arte que tenía que fotografiar. No es que el fotógrafo sea tonto, sino que era muy fácil confundirse aquellas obras con cualquier otra cosa. A la segunda que él tenía que fotografiar, la de Cristian Segura, yo tampoco estaría segura de dónde está si no la indicaba Daniel Molina a la salida de su charla. De hecho, si no hubiera sido por las fotos, difícilmente me habría molestado en gastar el poco oxígeno que tengo en la sangre para ir a localizar físicamente la "materialidad" del asunto. Ya se sabe que cuando la obra se titula "chicle pegado en la pared", si vas a verla, con lo que te encontrás es: con un chicle pegado en la pared. Y no te podés quejar de que no te avisaron. Así que o zafás con una entrevista telefónica o vas a ver algo que justifique la caminata.
Pero esta vez no; esta vez tuvimos la EXPERIENCIA del arte contemporáneo.
Como siempre que sube el fotógrafo del diario a un taxi, el taxista se vuelve locuaz. No pudimos dejar de incluirlo en la conversación; a las pocas cuadras, él era la estrella. Hasta se permitió hacer chistes: "Bueno, en el MACRO justo justo no; serán unos cincuenta metros antes", le dije. "Cuarenta y ocho", bromeaba. Acabábamos de fotografiar la "contraobra" de Víctor Gómez, que él no alcanzó a ver porque era una losa de cemento a ras del suelo y no se divisaba desde el asiento del conductor. Había tanto sol que me paré bien lejos de la losa para que no entrara mi sombra en la foto, peligro que se corría así me mantuviera fuera del campo. Después subimos y le contamos al taxista el texto (MACRO: AUTORITARISMO, SOBERBIA, PLAGIO, etc) mientras nos dirigíamos a la de Cristian Segura, metros antes de los Silos Davis que albergan el MACRO.
Cuando le indiqué al taxista que frenara, los dos se desconcertaron, él y el fotógrafo. No podían creer que ese cartel rutero fuese algo más que un cartel. Mientras el fotógrafo hacía su trabajo, le dije al taxista: "Aunque usted no lo crea, es una obra". Cuando subió el fotógrafo, el taxista trató de articular una opinión. Indignada, por supuesto. "Yo algo entiendo de arte: mi mujer estudió arte", dijo, mientras pasábamos frente a la Estación Rosario Norte. "Tenemos dos cuadros suyos colgados en casa, hermosos. A uno le hice un fondo de terciopelo negro. Uno los mira y sabe lo que significan. Pero en cambio esa cosa que hizo Pérez Celis en el Patio de la Madera: ¿qué es eso? Si no tuviera color, todavía. Un óxido, un color metálico, vaya y pase. Pero esos rojos, amarillos y azules... Cuando la inauguraron, yo estaba al lado del artista y nadie me avisó. Me preguntó un amigo y yo dije qué significaba para mí: la proa de un dakkar, un barco vikingo, abriéndose paso en el mar. El tipo que me había estado escuchando no dijo nada. Después supe que era el artista. Pero no dio en ningún momento su propia interpretación." "¿Para qué? Lo del dakkar le debe haber encantado", dije.
La cereza de la torta (de la torta envenenada) fue la obra "ecológica" de la Semana del Arte: un tocón de árbol con dos serruchos clavados y una queja pintada en la pared de atrás en unas letras hippies adolescentoides. "Mire eso", dije, señalando a la izquierda. El taxista se sorprendió de no haberlo visto antes: un taxista no soporta que se le haya pasado por alto algo que está en las calles de la ciudad. "Usted no lo vio porque está apenas desde la semana pasada", lo tranquilicé.
El taxista, que efectivamente sabía de arte, empezó a elogiar unos árboles tallados en las plazas de la ciudad. Yo me sumé a los elogios. Conozco esa obra, y conozco a la escultora, Adriana Sisto; me quejé de que ella tuviera que vivir de sus clases particulares mientras el presupuesto municipal va a adefesios como lo que acabábamos de ver. Ahí la charla rumbeó para el lado del patrimonio. El taxista hizo una lista de todos los museos de Rosario, a los que conocía por dentro: el Histórico, el de Ciencias Naturales... "Qué bronca me da que la gente de Rosario me cuente maravillada de los museos que fue a ver afuera y no visite los de acá. Salimos y nos llevan a ver cosas que son muy inferiores a las que tenemos. Pero nadie las valora, nadie las cuida." Nos contó de uno de los dioramas perdidos en el incendio del Museo de Ciencias Naturales Angel Gallardo. "Los animales embalsamados parecían vivos", recordaba con orgullo y pena. Hasta conocía al taxidermista, un talento ya fallecido, joven.
"¿Me hace un ticket, maestro?" dijo el fotógrafo cuando terminó nuestro viaje. Me despedí del taxista recomendándole que comprara el diario del martes.
"Menos mal que nos tocó alguien que algo sabe", dijo el fotógrafo mientras subíamos las escaleras del diario.
"Tiene una artista en la familia, no cualquiera", comenté.
Y después de elegir las fotos con él y con Fernanda y redactar los epígafes volví a mi mundo, al mundo irreal donde un cartel no es un cartel, o sí; o nunca se sabe.

4 Comments:

Blogger Diego said...

Che, está bueno.


Saludos

6:25 PM  
Anonymous Anonymous said...

Buena crónica. A mí nunca me tocan taxitas tan copados. De hecho mi cara no les debe dar ni ganas de empezar a hablarme.
Lo más interesante que conversé en mi vida fue algo sobre Deep Purple porque yo tenía puesta en esa época una remera de la banda, pero el tachero me empezó a bardear al guitarrista nuevo, Steve Morse, que es re groso, y le corté la conversación con una agradable cara de "estoy mirando por la ventana, no te escucho"

7:03 PM  
Blogger Gogui said...

Los taxistas en Rosario están locos. Las veces que fui en taxi siempre me pasó algo gracioso.
Me encantó la estatua ecológica, me recuerda a un chiste que hacía con mi ex novia sobre los desaparecidos.
Habíamos escrito con ella una "obra de teatro" donde había cinco "setentistas" en una pieza y entraban cinco militares en un falcon verde y les decíasn "vamos a la esma jajajajaj" y terminaba la obra.

Se entendió o dije un pelotudez tras otra?

8:24 PM  
Blogger xenia said...

Sí, se entendió.
Como dicen en mi barrio: lo ovvio.

6:38 AM  

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